La distancia fue protagonista entre ambos deportistas. El
respeto mutuo provocó un encuentro en la larga distancia ocasionalmente
interrumpido por alguna que otra secuencia de golpes sin mayor trascendencia. B-Hop utilizó sus malas artes de viejo
zorro para menoscabar psicológicamente a Chad,
quien coleccionaba cabezazos en su rostro dando como resultado feos cortes.
Involuntarios o no, Dawson
comenzó a sangrar para alborozo de su rival que buscaba obtener el mismo efecto
que las banderillas causan en los toros, debilitamiento del ímpetu inicial.
Pero no fue el caso. El aspirante no perdió los nervios, se mantuvo estable y
mantuvo a raya a Hopkins,
aprovechándose de su juventud y velocidad, amén de una gran movilidad sobre el
ring.
Para disgusto de la audiencia que llenaba el Boardwalk Hall
de Atlantic City, que en su mayoría apoyaba a Bernard, los jueces dieron fe de la superioridad del nuevo
campeón. Todos menos uno, que dictó un inexistente empate… En fin. La nota
surrealista y vergonzosa que parece caracterizar las decisiones de las tarjetas
sigue presente, máxime si se trata en un evento importante.
Dawson ahora está
dispuesto a bajar de peso y buscar al campeón Andre Ward en una interesante pelea por el título supermedio. Hopkins puede que haya dicho adiós,
aunque esta posibilidad siempre le persigue en los últimos tiempos. Lo cierto
es que este mito de ¡47¡ años ya no
tiene nada que ofrecer sobre el tapiz. Su calidad, ensuciada por su barrullería,
y su profesionalidad, son admirables.
Felix Trinidad, Óscar De La Hoya, Antonio Tarver, Kelly Pavlik,
Roy Jones Jr… son algunos de los
hombres liquidados por este implacable ejecutor. Ahora que unos le evitan,
otros lo repudian y cada vez menos pagarían un PPV por verle
pelear, sería buen momento para colgar los guantes y vestirse con el traje de
gala, pues el Salón de la Fama del boxeo le espera.
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